domingo, 5 de julio de 2009

Los sediciosos

Luego de cinco horas de esperar, finalmente fue atendido por el radiólogo que lo destrató de principio a fin durante toda la consulta. Desnudo, sobre la máquina de rayos, siente ganas de preguntarse cosas sobre la vida, pero tan pronto ahondó en esa dirección vio que no tenia sentido, que vivir es una fuerza a la que no le importa un bledo el sufrimiento, para ella vivir es más importante, al demonio con el pobre diablo que tiene que vivir muy a su pesar, la vida no tiene compasión, vive hasta que revienta.
“¿’Ta sordo abuelo?”, dijo el radiólogo, “Que ya terminamos”. Se vistió temblando, salió sin saludar de regreso a la calle, al frio, al dolor de cintura que le carcomía la existencia poco a poco, dejándolo en la miseria total, una fortuna despilfarrada en médicos, estudios, medicamentos. “Athosanimiol 50”, a veinte pesos la calma momentánea. Si tan solo la farmacia estuviera más cerca, si tan solo el dolor estuviera más lejos. Una esquina, dos, tres y a la vuelta. Y chocó son aquella extraña figura. Un ser fantasmagórico que arremete contra él. Y esos ojos, era el diablo. Y esos escalofríos, y la ira, una ira que lo devora. Las voces, la calle se llena de voces que lo aturden, son las voces de los impíos, las almas perdidas.
Una conexión supranatual con aquel ser diabólico que lo esperaba en esa esquina, convence al abuelo que la muerte no es tan mala. Que no se merece luchar contra ella, que debe morir por sus pecados, al igual que todos los otros pecadores que caminan sediciosos por las calles de esta Nueva Babilonia.

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