domingo, 5 de julio de 2009

Un día como cualquier otro

Un día como cualquier otro, demasiado igual a todos los otros, sospechosamente igual, algo no anda bien. ¿Trajiste el arma? ¿Sí? ¿La tenés martillada? Entonces no tenés de qué preocuparte. Que se preocupen los otros. Son ellos, los pecadores, los que deben arrepentirse, deberían rezar. Alguien tiene que barrer con toda ésta mugre. Mirás la gente que camina por las calles: putos, drogradictos, zurditos, son todos herejes, son todos putos. Ellos no tienen fe, por eso deben morir. Soy un instrumento de Dios, soy el ángel de la muerte.
No aguantás más, querés explotar, querés terminar tu sufrimiento y el de toda esa gente horrible que camina por las calles. Y de pronto en una esquina te lo cruzas a él. Y despierta toda tu ira. La miseria en su rostro pide purificación, he de poner fin a su penosa existencia, pero tan pronto me acerqué a él fui invadido por una profunda desesperación espontánea que me condujo a huir de allí, hundirme en la cama de una habitación oscura, en un edificio abandonado, en una calle sin nombre ni ley. Esconderse, desaparecer, ser invisible, implotar, volverse polvo. Demasiado es el dolor en este mundo, demasiada vida perdida sin razón ni motivo, tantas razones o motivos sin vida, tanta causa ficticia, tanta mentira junta hacen la verdad, y a pesar del alcohol y toda distorsión la realidad es más real.
No hay nada que hacer, ya estoy demasiado viejo, demasiado podrido por dentro. Demasiado tarde para cambiar nada, el mundo ha muerto, Dios es una piedra en la zapato de la evolución, todos deben saberlo, nadie ha de ignorarlo, que mi muerte tenga sentido, que se divulgue el mensaje, que mi salto de libertad traiga paz, amor y armonía al mundo.

No hay comentarios: